Adiós a Marco Aurélio García

El profesor brasilero y Doctor Honoris Causa de la UNTREF falleció el pasado 20 de julio, a los 76 años de edad.

25-07-2017

La Universidad Nacional de Tres de Febrero lamenta profundamente el fallecimiento del profesor brasilero Marco Aurélio Garcia ocurrido el pasado 20 de julio, a los 76 años de edad. Ex asesor especial del Área Internacional durante los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva yde Dilma Rousseff, Garcia recibió el título de Doctor Honoris Causa de la UNTREF, el 19 de noviembre de 2010, por su impecable trayectoria. Garcia tenía un estrecho vínculo con la UNTREF y una profunda relación con la Argentina y los demás países de la región. 

Ha sido un luchador de causas sociales y políticas, como la integración regional y la lucha contra la desigualdad.En los duros años de la dictadura brasileña, se refugió en Chile y luego se tuvo que marchar a Francia tras el golpe de Augusto Pinochet. Asumió el cargo de asesor especial de Lula en 2003, después de haber sido secretario de relaciones internacionales del Partido de los Trabajadores y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Campinas.

También fue presidente de la Fundación Perseu Abramo, de donde nació el plan Hambre Cero, de las manos de José Graziano da Silva, actual director de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Nacido enPorto Alegre, Garcia cursó Derecho y Filosofía en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul y estudió en la Escuela de Altos Estudios y Ciencia Sociales de París. 

Que el reconocimiento de nuestra universidad acompañe a su familia y a sus pares a atravesar este difícil momento.

A continuación compartimos el discurso pronunciado en ocasión de la cerimonia de otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa a Marco Aurelio Garcia:

Alberto Ferrari Etcheberry, Director del Instituto de Estudios Brasileños (UNTREF)

Presentación del profesor Marco Aurélio Garcia en el acto académico de otorgamiento del doctorado Honoris Causa por la UNTREF. 19 de noviembre de 2010.

1. El doctorado honoris causa es una distinción que una universidad otorga, o debe otorgar, a una persona por sus méritos descollantes, que ella  valora y consecuentemente reconoce. Al hacerlo, la universidad también  de algún modo expresa el juicio de la comunidad en la que la universidad está inserta. 

Permítaseme una mayor precisión: creo que  al decidir honrar con un doctorado honoris causa de hecho  la universidad asume la representación de la comunidad y las obligaciones que esa representación supone. 

Es por eso, se me ocurre, que a menudo este título universitario máximo paradójicamente va más allá de la tradicional estrictez del rigor académico. 

Juzgando conductas, méritos, contribuciones que trascienden el ámbito específico de la universidad, la enseñanza y la investigación, la universidad se asoma y penetra en la vida, en la construcción real de las sociedades, en el devenir colectivo, vivificando de tal modo su  existencia y su desenvolvimiento.      

Algunas veces el premio Nobel de la Paz ha cumplido una función similar, pero la universidad,  en su espacio más restringido y si se quiere recoleto, habitualmente es más precisa en sus elecciones, porque no la anima pretensión alguna de influencia en la conducta inmediata. 

A la universidad le basta con  medir lo que ya existe,  construyendo su juicio a partir del juicio de quienes la rodean,  respecto de la persona que recibirá su distinción. 

Me parece que esta relación  de la universidad con el medio y esa  consecuente función de representatividad social, es la que justifica que una universidad otorgue doctorados honoris causa por razones  estrictamente ajenas a las universidades. 

Algo similar debería ocurrir, se me ocurre,  con las distinciones diplomáticas.  Permítanme que subraye "debería" y que traiga un  recuerdo personal que me parece puede aclarar mis palabras.  

Alguna vez mi querido y recordado amigo, el presidente Raúl Alfonsín, rompió las reglas del protocolo en el acto en que recibía la condecoración de Chile de manos del embajador Figueroa Serrano en nombre del Presidente Alwyn.  Dijo en ese momento Alfonsín que muchas veces había recibido similares condecoraciones y distinciones, inclusive doctorados como el que hoy nos reúne, pero que siempre los había aceptado no como personales sino como un reconocimiento al retorno de la Argentina a la democracia constitucional y a la vigencia de los derechos humanos, a la anulación de la amnistía y al juicio a los responsables del terrorismo de estado. Alfonsín era básicamente un gallego; podía equivocarse pero nunca decía lo que no pensaba y esta disgresión vale porque de inmediato agregó Alfonsín, en ese acto en la embajada de Chile en Buenos Aires, violando las reglas del lenguaje diplomático, que si esas otras distinciones lo habían enorgullecido como argentino, la condecoración chilena la aceptaba como mérito propio y personal,  porque expresaba lo mucho que él, como demócrata y como presidente, había hecho para que los chilenos pudieran encontrar con la unidad más amplia y en paz el arduo camino de reconstruir su convivencia con libertades y garantías democráticas.

Por las mismas razones el otorgamiento de un doctorado honoris causa no es un acto formal, protocolar ni burocrático. 

Cuando se trata de conductas ajenas a su espacio específico, la universidad debe reconocer, con  el criterio de valoración de la historia y no de la crónica, como enseñaba Benedetto Croce  - "la historia es la historia viva, la crónica es la historia muerta” -  a quienes han  dado una contribución  que ha contribuído a cambiar  la vida y el desenvolvimiento de ese algo más amplio y mucho más importante que la propia universidad, ese algo del cual la universidad vive, su propio pueblo; resumo:  experiencias luego de las cuales ese pueblo no es más el que era antes.

Paradójicamente no se trata de una tarea difícil cuando a la universidad la anima la sensibilidad  y la comprensión de su misión que justifican su existencia.

Tal vez sea más complejo valorar y reconocer los méritos estrictamente académicos, precisamente porque en estos casos la universidad no cuenta con el  auxilio del juez colectivo que los ilumina y señala.

Pero los dos caminos, el  que va deslindando méritos y contribuciones en  la vida pública y el que los señala en la vida académica, tienen sus reglas no escritas, que incluyen el apoyo de la experiencia anterior, aun ajena,  que facilitan la tarea axiológica.

En contraste hay poca jurisprudencia  cuando en una misma persona se combinan y se confunden el aporte a la activa militancia política y social y el trabajo académico; cuando sus activas contribuciones al progreso social se nutren de una vida universitaria rigurosa; cuando ambas se han  orientado y se han disciplinado manteniendo el mismo rumbo y los mismos valores; cuando la vida pública se ha mantenido en la sobriedad y la honestidad propias de la más estricta dedicación al trabajo académico. 

Permítanme que no pretenda salir de estas pinceladas contrastantes, con las que apenas trato de diseñar  la silueta de un intelectual que honra el concepto y que por eso y sin dejar nunca de serlo, es un activo militante tanto en la construcción del Partido de los Trabajadores como en la de este Brasil que hoy asombra al mundo y lidera nuestra región.

Sólo he querido pergeñar la introducción a la polifacética personalidad de mi admirado amigo, Marco Aurélio Garcia.

2. Miro hacia atrás en mi historia personal y recuerdo mi sorpresa cuando exiliado en Cambridge leía en la primera página de The Times, que no era, por cierto,  el mediocre actual de Murdoch, las noticias de la huelga metalúrgica del ABC de San Pablo. Vino en mi ayuda un amigo inglés, entonces profesor en Brasilia, Daniel James - también amigo de Marco Aurélio - y así comprendí que, como había ocurrido antes en el Cordobazo, la masiva elite proletaria no era la  reedición del sindicalismo norteamericano, como pretendía buena parte de la sociología, sino la apertura de un camino nuevo y propio que desde entonces fuí  siguiendo con el convencimiento de que el futuro de nuestro país estaba inevitablemente ligado a Brasil, un país con el que los contrastes y las contradicciones eran paradojalmente los que nos unía.   

Años más tarde y como director del Instituto de Estudios Brasileños pudimos invitar a Lula a su primera visita a Buenos Aires, gracias a nuestra insistencia y la ayuda de  la responsable de la agenda internacional  del PT, la inolvidable Nani Stuart, argentina. 

Acompañó a Lula el secretario de Relaciones Internacionales del PT y profesor de Historia Social en la universidad de Campinas, Marco Aurélio Garcia. 

Tomo sus datos de un periódico brasileño: gaúcho de Porto Alegre,   cursó  derecho y filosofía en la Universidad Federal de Río Grande del Sur, estudió en la Escuela de Altos Estudios y Ciencia Sociales de Paris, militante de izquierda desde muy joven durante la dictadura militar debió  exiliarse en el Chile de la Unidad Popular y en Francia y allí comenzó su camaradería con las agrupaciones de izquierda. Vuelto a Brasil con la amnistía  colaboró con las huelgas del ABC paulista que darían nacimiento al Partido de los Trabajadores, cuya acta de fundación  en la famosa asamblea del Colegio Sion de San  Pablo, en 1980, fue redactada por nuestro homenajeado.  Luego en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de  UNICAMP,  en 1997 coordinador general del plan de gobierno  petista, acompañado, vaya de paso porque describe al PT, por Guido Mantega y Luis Dulci, ambos hoy integrantes del gabinete del presidente Lula. 

Suficiente; sin embargo  hay un punto del curriculum de ese Marco Aurelio que quiero rescatar: director en la UNICAMP del Archivo Edgar Leuenroth formado con los documentos de este legendario anarquista brasileño, dirigente de la huelga general de 1917. Fue Marco Aurelio el  consolidador y responsable de la ampliación del Archivo con otros fondos documentales de historia obrera y popular. Cuenta la historiadora del Archivo que es célebre una respuesta de Marco Aurélio. Cuando se le preguntó hasta dónde  valía la pena integrar otras adquisiciones o donaciones, fue terminante: "el límite es el cielo".  Se habrán acabado las propuestas escatológicas, no hay futuro asegurado ni meta prefijada,  pero creo que para este incansable militante, ejemplo de dedicación a la práctica política concreta desde la reflexión, el límite es el cielo. 

Concluyo con el Archivo Leuenroth - guarda los papeles de Liborio Justo junto a un completo fondo de documentos del peronismo - con cifras seguramente ya superadas:   no menos de 280.000 documentos,  45.000 fotografías, 28.000 libros, alrededor de 2.500 videos, films y audios,.  El actual edificio del Archivo tiene una sala con el nombre de Marco Aurélio y otra con el de uno de los responsables de la  dramática y novelesca llegada,  en plena dictadura militar, de los papeles de  Edgar Leuenroth a Campinas:  Michael Hall, quien  participó aquí mismo el año pasado en un seminario del Instituto.  

3. Hoy es sencillo elogiar estos ocho años de la presidencia Lula. No puedo dejar de recordar que cuando lo invitamos en 1999, políticos, periodistas, académicos, me preguntaban por qué traíamos a quien acababa de perder su tercera postulación a Presidente. Yo contestaba, más dialécticamente que como presagio, que Mitterand y Allende habían llegado a presidentes en su cuarto intento…Luego, ya electo Lula, llovían las propuestas de imitar a Brasil hasta con un PT para la Argentina. En uno y otro caso era la misma concepción que desconocía o negaba la construcción del PT desde abajo, abandonando los rótulos, como decía Mario Pedrosa, y con el aporte militante de quienes habían conocido el exilio, la cárcel, la tortura, pero que no habían sacado de allí otro privilegio que sumarse a esa construcción colectiva para que Brasil dejara de ser Belindia, una Bélgica en el medio de la pobreza de la India, pese a que desde 1930, su economía había crecido a tasas de las hoy calificadas como chinas: 6,8 por ciento anual. Cito a nuestro homenajeado, pero así también nos lo contó Lula en Buenos Aires explicando su pretensión de que cada brasileño pudiera tener tres comidas diarias. 

Fue muy duro ese 2003, primer año de gobierno. Dentro y fuera de Brasil y no sólo en las derechas  parecía que se festejaba el que se calificaba como fracaso de un partido de izquierda con un  presidente obrero. Marco Aurélio, que había dejado la Secretaría de Cultura de San Pablo para seguir al lado de Lula como su asesor especial para política exterior, ampliando la función a una similar al Consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos -  como lo fue, paradójicamente quizás, Kissinger. Marco Aurélio festeja: no firmo órdenes de pago ni me preocupa el tribunal de Cuentas... Fueron ocho años sin conflictos  con Itamaraty  y en intimidad con Lula.   

Sus intervenciones en conflictos regionales, -  Colombia, Bolivia, Haití, Ecuador, Venezuela, Honduras, por caso - y en  general en el ámbito específico de las relaciones internacionales,  concretaban lo que él había definido como la necesidad para Brasil de una estrategia mundial que reemplazara  la actitud colonizada;  y su experiencia en este campo ha sido principal en las razones que llevaron a la decisión de otorgarle este doctorado. Es precisamente  la que justifica que se distinga a un brasileño por su trabajo en la región en nombre del gobierno brasileño, porque así se subraya en concreto que es el terreno en que el Brasil y la Argentina unen presente y futuro.  Marco Aurelio nos expondrá de inmediato su visión del mundo, que es la que ha expresado la orientación del gobierno petista. Pero como es muy difícil sintetizarlo yo quiero subrayar para terminar otro aspecto que su función de consejero del príncipe,  como el mismo bromea, no ha relegado; esto es,  al intelectual que no ha rechazado ni rechaza el debate para explicar sin ambigüedades el sentido del gobierno Lula, especialmente en los duros años de la primera presidencia en los que más de uno sugería era una reedición  del menemismo. 

A menos de cuatro meses del comienzo del gobierno del presidente Lula, en Buenos Aires ya cumplía esa función sin refugiarse en vagas abstracciones ni buenas intenciones: " Va a haber una transición que no tiene plazos, pero que esperamos sea lo más corta posible, en la cual estamos todavía utilizando herramientas de política económica que no son las nuestras, pero que son importantes para mantener la economía en una situación de salud” y precisaba: “ las políticas de saneamiento fiscal son nuestras, por supuesto. Pero por ejemplo no nos gusta aumentar la tasa de interés o hacer recortes en el presupuesto para garantizar un superávit primario." Interpretando a los intereses desplazados, “Financial Times” subrayaba: “la luna de miel ha concluido siete meses después de que el presidente asumiera prometiendo mayor prosperidad para todos” y  ya en 2004 la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil  proclamaba: “ Nunca el hambre y la miseria fueron tan  visibles en Brasil”  y su presidente y cardenal primado describía: “Antes se veía la pobreza en  las  calles. Hoy se ve la miseria”.  Ahora cuando se han sumado al consumo más de 22 millones de brasileños y se ha formado una nueva clase media de no menos de otros 31 millones, creo útil recordar estos juicios que marcan dos situaciones concretas, el Brasil que se recibió y el actual, particularmente para quienes insisten en sostener que Lula y el PT se beneficiaron con la continuidad de la administración anterior.  

Marco Aurélio defendía la obra del gobierno sin timidez  y en diferentes planos : ”una de las cuestiones claves en el momento actual en la región  - decía - no es tanto una reflexión general sobre socialismo, sino una reflexión más concreta y con resultados inmediatos sobre cómo alcanzar soluciones que yo llamaría de post neoliberales, porque el neoliberalismo fue un largo tsunami que se batió sobre nuestras economías en general y que tuvo consecuencias económicas, sociales, y yo diría incluso, políticas, muy malas.”

Y recordaba paralelamente  el papel del PT : “Un partido de gobierno tiene, por un lado, que apoyar a este gobierno, pero, por otro, ser también una especie de conciencia política, que mire los problemas con la óptica de la sociedad. En ( la crisis de 2005)  nuestra respuesta fue extremadamente tímida, no sólo para la sociedad, sino hacia adentro del partido. Todavía está inconcluso este proceso de reflexión que el partido precisa realizar.” 

Fue precisamente como consecuencia de esa crisis que Marco Aurelio debió asumir la presidencia del PT y hacerse cargo otra vez del programa electoral, sin dejar la política exterior.   

Todo fue facilitado sin duda por ciertos adversarios.  En Brasil entre los académicos era tesis consagrada que los marginales - del Nordeste o los retirantes del arrabal paulista, como Lula  - no tenían capacidad para ser la base social de un gobierno. Se trataba como dijera Paulo Francis de “una subraza”. Entre los políticos se lo repitió sin tapujos en la crisis del 2005 y 2006. Jaguaribe presagiaba angustiado el caos en un segundo mandato de Lula y el senador Jorge Bornhauser exigía la destitución del presidente para “borrar para siempre a la raza maldita”.

Pero Lula y el PT son causa y efecto de la Constitución de 1988, llamada de la Ciudadanía, la primera que reconoció, como lo reclamaba el programa del PT  en 1978, el derecho a votar a la gran masa de analfabetos  - los padres de Lula fueron analfabetos que nunca votaron - y a partir de la cual se anularon además las restricciones de hecho simbolizadas en el coronelismo.  Alguna vez dije que en Brasil se está produciendo  el proceso de inclusión social que en la Argentina representaron Yrigoyen y Perón. Debo confesar que me emociona: yo he estado en Caetés, la aldea ubicada entre el cerrado y el sertâo donde comienza la catinga y es el centro de los campesinos pobres que viven de la mandioca, como explicaba Josué de Castro en Geografía del Hambre. En Caetés nació Lula y de allí inició su madre la travesía de más de dos semanas con sus hijos hasta el sur.

Este proceso conmovedor tiene como uno de sus fundamentos la política exterior y durante  ocho años lo ha  mostrado Marco Aurelio Garcia a nuestra región y el mundo. Cuando Lula asumió la presidencia Aloysio Mercadante comparó la situación con la de Mandela. Hoy podría decir que fue precursor de Evo Morales y de Obama, también ellos símbolos de “razas malditas”.       

Ahora llega Dilma de quien Marco Aurelio ha enfatizado su “curiosidad intelectual, que le permite pasear tranquilamente sobre problemas teóricos y prácticos del país”

¿Qué hará ahora nuestro flamante doctor honoris causa? Así lo ha contado: “Siempre tuve una profesión y estoy transitoriamente en el gobierno. Puedo hacer una cosa que me gusta mucho, que es volver a dar clases en la UNICAMP, a dedicarme a la investigación y escribir. Quiero realizar una reflexión más amplia sobre la experiencia en el gobierno y  sobre la política externa. Si se convierte en libro, muy bien - preciso tener tiempo y disciplina para hacerlo. Lo único que no quiero es jubilarme. 

Tal vez escriba el libro. Tal vez Dilma  lo requiera, de cuya “cabeza para gobernar”  Marco Aurélio no tiene dudas y tampoco, como lo ha dicho,  “de que no se olvidará de seguir una regla del presidente Lula: "En momentos de duda, consulte al corazón". Lo que es importante, porque el corazón está a la izquierda...” 

No sé que hará ni dónde, pero sí sé el cómo, porque me parece pertinente glosar respecto de  mi amigo, el profesor Marco Aurélio Garcia, lo que Antônio Candido dijo de otro luchador brasileño: "transfirió, lo que es raro, su formación académica a la  causa de los desposeídos brasileños". 

Sin otro límite que el cielo, agrego yo. 

20.11.2010