Img de fondo: Captura de pantalla del
sitio interactivo The Internet Map.
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(1) La transformación ha sido a gran escala. Muchos se han lamentado recientemente, como el caso de Vargas Llosa, para quien estos fenómenos contribuyen al empobrecimiento, la banalización y la extinción de la cultura (2). Sus críticas no merece la pena ni comentarlas. La transformación y las mutaciones son innegables, incontables e inevitables. Nos pongamos como nos pongamos ya mantenemos una posición respecto a estas tecnologías. Aceptarlas, criticarlas, negarlas… ya es una toma de postura sobre el tiempo del presente.
Tecnologías absolutamente inevitables y que han modificado no sólo nuestra manera de producir conocimiento, cultura, literatura o arte, sino nuestra vida cotidiana. Y lo han hecho porque, como el resto de la tecnología, no está fuera, sino dentro. Literalmente we are the media. Somos Facebook, Twitter, somos nuestro blog. Son tecnologías que se han encarnado, incorporado –quizá ese sea el próximo salto en la evolución digital, la biotecnología.
Pero no hace falta que nos implanten el botón de me gusta de Facebook o que nuestro aparato fonador (3) emita guturaciones de 140 caracteres. No hace falta para que estas tecnologías configuren nuestra manera de acercamiento al mundo. Entre realidad y virtualidad no hay un corte, sino un flujo continuo. De hecho, nadie puede decir que Facebook o Twitter no sea la realidad. Es otra modalidad de lo real.
Por todo esto, por la inevitabilidad y la imposibilidad de escapar al sistema-red, los productos culturales se han modificado y han incorporado este nuevo filtro de aproximación a la vida, que nos influye para escribir, para hacer música, para producir arte, pero también para relacionarnos, para comprar, para decidir, y para actuar. No es que sea peor o mejor, es que es.
Me llama la atención el modo en el que esas transformaciones se han producido en el ámbito de la crítica de arte y el análisis visual. Con muy pocas excepciones, los cambios han conducido casi exclusivamente a una democratización de la práctica crítica, nuevas visibilidades y nuevas plataformas.
El blog sigue siendo una cuestión de confianza y fiabilidad. Nos fiamos de ciertas voces con las que compartimos un sentido del mundo. Voces que por lo general han ganado ese prestigio fuera de la red. Aunque también algunos ejemplos de críticos de arte puramente digitales.
Es curioso que en el mundo del arte contemporáneo no existe –al menos no con esa virulencia que se ha propagado en la literatura– el fenómeno de crítica kitsch o punk. Quizá tenga que ver –y esto lo podemos discutir– con que el régimen del arte no es exactamente igual al de la literatura. Su relación con el público, al menos en el sistema contemporáneo de las artes, no tiene nada que ver con la literatura. El público es prescindible dentro de la generación de discurso sobre el arte contemporáneo.
La manera en la que ha afectado a la crítica de arte el blog y las redes sociales ha sido, por tanto, más una cuestión de plataformas, de lugares de enunciación, que de forma. Porque salvo el hipertexto, la utilización de imágenes como ilustración o puntuación, apenas ha habido modificaciones en los modos de hacer crítica y análisis visual.
Lo demás creo que no se ha modificado sustancialmente. Y quizá verdadera transformación –a mí me parece fundamental y decisiva– haya sido la re-introducción de la crítica en el ámbito del ruido, del proceso, del maremágnum de la vida cotidiana, de otros intereses entre los que habitualmente se recorta. Por ejemplo, yo entiendo mi blog como un blog de crítica de arte, porque es a lo que me dedico. Y mis críticas, mis trabajos sobre arte y visualidad están hechos a través de ese ruido de fondo. Pero como los de cualquiera, lo que pasa aquí es que el recorte es sólo un “enmarcado estratégico” y temporal del que el lector sabe lo que sobra.
Otra cosa muy diferente ha sucedido con las prácticas artísticas. Ahí sí que se ha producido una gran transformación, las contaminaciones y las modalidades son muchas. El arte tradicional se ha visto asaltado. Muchos artistas han tomado a internet, a los blogs como tema, algunos incluso desde la pintura y de las artes más tradicionales. Aunque la verdadera transformación se ha producido en otro lugar.
En el post anterior (4), ya hablaba aquí de libro de Juan Martín Prada (4), esta obra parte claramente de una división entre una primera era de Internet, la World Wide Web, donde los artistas ensayaron modalidades de habitar la red de otro modo a como ésta era presentada a través de la cultura colaborativa. Y una segunda época, la 2.0, en la que estamos ahora, donde paradójicamente gran parte de la evolución de la propia red (la horizontalidad, la colaboración, la interactividad, la afectividad digital) ha acabado en el mismo lugar que estos artistas promovían. Con una salvedad, que aquella libertad absoluta y que aquella imaginación radical, aquella conquista de la ubicuidad que hoy se ha visto en parte conseguida, ha tenido como contrapartida, sin embargo, una pérdida de subjetividad, una atomización en una serie de empresas que gestionan la afectividad, en definitiva, que se ha visto tomada por las formas del capitalismo afectivo.
Es curioso cómo la utopía de los artistas acabó siendo la utopía del mercado, al menos en cierto sentido. Los blogs, las redes sociales habría sido el desarrollo lógico del arte de Internet. Lo que realmente ha sucedido, es que ese desarrollo ha llevado aparejado la sombra oscura del poder. En esta era, donde lo que pretenden los artistas y lo que pretenden las empresas, tiene al final mucho que ver (la construcción de la sujetos afectivos, en un caso para capitalizarlos y en otro para emanciparlos), la manera en la que los artistas producen obras de resistencia es a través de la profanación, reapropiación y manipulación de esas redes sociales. Subvirtiendo la memoria de programa de la tecnología; es decir, usándola con finalidades diferentes a la que fue creado, o mostrando en cualquier caso que la supuesta neutralidad de la red no es tal.
Lo que hacen los artistas en las redes sociales es “mostrar la red”, “mostrar la matrix”, romper la supuesta transparencia y mostrar opacidad. Ante la ilusión de legibilidad absoluta, de afectividad, de comunicabilidad, de traducción del mundo a mero código, los artistas presentan retóricas de la ilegibilidad, de la ceguera, frustrando y rompiendo el horizonte de expectativas que ya hemos interiorizado y que se altera cuando las cosas no funcionan.
Desde luego, estas retóricas de la ilegibilidad no son ni mucho menos nuevas. Lo que hacen los artistas al final es lo mismo que hicieron durante la modernidad y las vanguardias: mostrar modalidades de resistencia ante los regímenes establecidos de experiencia. Se trata en definitiva de una postura a contrapié, un contraposto. Creer en el potencial emancipador de la tecnología, pero no a ciegas, sino que para que esa potencia pueda ser efectiva debemos advertir la opacidad del sistema, los fallos y las grietas.
Y en este sentido, la relación entre las prácticas artísticas y el activismo es fundamental. De hecho, se puede decir que el arte de internet, el hacktivismo (6) está detrás de los usos políticos de la tecnología. Usos políticos que sólo son efectivos si se produce esa creatividad que altera y reconfigura la propia herramienta. Hay en la revuelta digital –en la revuelta contemporánea, diría– una adherencia de las prácticas artísticas, que ahí han encontrado su sentido último. Haber mantenido viva la llama de la utopía y lograr que en ocasiones esta prenda de nuevo con fuerza.
Quizá, 80 años después, sea necesario volver a Benjamin (7). Él advirtió lo que podía significar la tecnología y la cultura de masas, los sueños que prometían, y supo ver que aquellos sueños prometidos no eran meros engaños, sino que había en ellos algo de verdad, que allí se encontraba realmente la energía para la revolución. Pero para ver esa energía, para aprovecharla, para metabolizarla, era necesario romper el brillo del objeto, efectuar sobre él una mirada dialéctica, es decir, ver lo que no se ve. Y sólo así, a través de esa dialectización, de ese pensamiento, era posible la actuación.
La manera en la que las redes sociales han contribuido a las revoluciones del presente es sin duda a través de esa promesa que estaba ya implícita en la tecnología, y que aún no había sido explotada. Sólo a través de la subversión, del cuestionamiento y de la toma de distancia sobre estas redes, del escepticismo, es desde donde se puede lograr que acaben siendo tecnologías de la emancipación en lugar de tecnologías de la sumisión.
Las referencias son propuestas por Cibertronic, exceptuando la n.1 que es propuesta por el autor.
Originalmente publicada en el blog del autor No (ha) Lugar.