La cultura es el entramado de significaciones entre las cuales vivimos, da sentido a nuestra existencia y configura un mundo, uno posible entre otros, pero único para nosotros; en esto reside lo trascendente de su dimensión simbólica. Pero, además, la cultura está por detrás de los sectores más dinámicos de la economía global del presente y todos los indicadores muestran que esta tendencia está en alza. El sólo peso de su impronta en nuestras vidas en su doble dimensión, simbólica y económica, justifica plenamente un lugar en la agenda pública y la consecuente acción gubernamental, vale decir una política cultural.
Pero ¿Quién define las políticas culturales? Analizando la casuística de la (ex) Secretaría de Cultura de la Nación, este trabajo procura demostrar el error de formulación de esta pregunta, argumentando que las políticas culturales son el resultado del accionar de una multiplicidad de actores que definen, que condicionan e incluso que resisten, resultado de procesos complejos que hacen necesario poner en diálogo al quién/es con el cómo, el dónde, el cuándo. Las políticas culturales se han dado así entre fuerzas que procuran definir un rumbo y otras que impulsan a la deriva. Una deriva que no es, según se intenta argumentar aquí, una patología, sino parte de la naturaleza misma de las políticas públicas.
Editorial: RGC.