“Ya no sabemos existir sin imaginarnos en una foto” (Amelia Jones, 2006). Esta afirmación se confirma en nuestra experiencia cotidiana. Hoy día, cualquiera de nosotros puede tomar o tomarse una foto con el teléfono celular, objeto que es casi una extensión de nuestra mano. Este acceso facilitado y masivo que nos permite retener el mundo y construir nuestro propio archivo de imágenes que nos acompaña de manera permanente, paradójicamente, se desvanece de forma tan simple como se constituyó. Así, se pierde el álbum de fotografías, el archivo de fotos que retuvo la historia de una familia, un individuo, un proyecto. Sin embargo, la obstinación por verse en una foto persiste aunque los modos de preservarla y hacerla circular hayan cambiado. Es este el escenario que alberga la profusión de selfies que se toman hoy por millares en todo el mundo. Hagamos la experiencia de recuperar la memoria de este género tan extendido, cuyo precedente es el autorretrato. A partir de él, revisemos también una técnica y su práctica –la de la fotografía– que disputó, en tiempos de la alta modernidad, un sitio dentro de lo que por entonces se definía como bellas artes. En la Argentina, entre quienes dieron tempranamente esa batalla está Annemarie Heinrich (Darmmstadt, Alemania, 1912- Buenos Aires, 2005). Recuperar el archivo fotográfico de Annemarie Heinrich y de él, particularmente, las zonas desconocidas, inéditas, aquellas que son la base para la construcción de una mirada, el desarrollo de recursos técnicos y estéticos, el ensayo, la experimentación, es el propósito del proyecto de investigación en curso que sustenta la selección de fotografías inéditas de esta artista.
Autorretrato, una manera de verse, de tomarse como objeto de estudio y, por ende –por un instante al menos–, de desconocerse, de ser otro. Si hacer un retrato es poner en evidencia los rasgos distintivos de alguien, armar algo así como una puesta en escena, el autorretrato implica ponerse en escena, operar sobre uno mismo la selección de datos signifi cativos para mostrar, esos que serán los que lo definan. Este complejo autorretrato de Annemarie Heinrich, elegido como imagen de identidad del proyecto de investigación que es la plataforma de trabajo de esta exposición, se presenta como la clave de un tipo de indagación sobre la construcción de las imágenes, y con ella sobre las formas de revisar las normas que ordenan la percepción, ponerlas al límite y trabajar desde allí sobre la posibilidad de modificar el régimen de la mirada y, con él, introducir la invitación a avanzar sobre otro régimen del pensar.
Miremos con Annemarie. Ella nos sale al encuentro. Buscamos alinear nuestra mirada con la suya, pero no es posible. Ella mira más allá, ella se mira, se busca en la frontera del plano, allí en el lugar donde estamos nosotros. Concentrada, apoya su mano izquierda sobre la base en la que reposa la esfera espejada en tanto la derecha está en tensión, es la responsable de la foto, aprieta el disparador. Tres volúmenes arman los tres vértices de un triángulo del que es difícil escapar: el rostro de Annemarie, la esfera, la cámara, de frente, bien de frente a nosotros, los espectadores; sin embargo, ella tampoco nos ve.
Observando más detalladamente la imagen, la artista está cuatro veces retratada en esta foto: la más evidente es la que se presenta sentada, propiciando la acción, otras dos veces y en distintas posiciones, aparece en la esfera espejada. Uno de los reflejos es la visión lateral de ese autorretrato frontal con el que nos topamos en primera instancia, el otro, es una visión más lejana, otra vez de frente, allí se puede ver casi todo su cuerpo, sentada, sosteniéndose con la mano izquierda en el soporte de la esfera que también vemos, como la máquina fotográfica y el espacio en el que toda esta escena está ocurriendo: uno y otro refl ejo mantienen entre sí un diálogo de miradas y, a su vez, se repiten en el reflejo del reflejo de la esfera espejada. La cuarta vez que aparece Annemarie en este singular autorretrato es en el lente convexo de la cámara, un detalle que se descubre en la fruición de escrutar con la mirada la superficie de esa fotografía con la asunción del desafío impuesto por este ensayo: instalar otro régimen del ver.
Entonces, ¿dónde queda el que mira?, ¿qué lugar ocupamos en este juego? En principio, el de quien sea capaz de desmontar la estrategia, el de descubrir, en esta sucesión de reflejos, por qué insistir en que se trata de un autorretrato y no de un retrato que a esta fotógrafa le tomó otro colega. Solo desliza una pista evidente: la línea diagonal que cierra el lateral derecho del espectador, el límite del espejo, ese plano que revela la imagen que estamos viendo con Annemarie. Ella, que se destacó haciendo retratos, desnudos, fotos de cine, teatro y ballet, hizo de experiencias como la del autorretrato descripto, de la observación de los reflejos en un charco de agua, de los ritmos de postes, piedras, o techos, del encuentro casual de escenarios naturales y culturales diversos capturados en sus viajes por Sudamérica realizados a partir de 1931, su laboratorio. Con estos ensayos fotográficos, en su mayor parte inéditos, Annemarie construyó las estrategias de su mirada.
Esta exhibición revela un conjunto inesperado de imágenes inéditas (a partir de negativos 6×6 alojados en su archivo) y de documentos, escritos, cuadernos de recortes, apuntes de viaje en los que conviven contactos fotográficos, textos escritos en una lengua entre el alemán y el español, recortes de prensa y fotos de otros artistas.
Estrategias de la mirada: Annemarie Heinrich, inédita, exhibe las exploraciones y ensayos llevados a cabo por la fotógrafa entre las décadas de 1930 y 1950. Esta exposición es un avance de los resultados de la investigación que lleva a cabo el equipo de dedicado al Archivo Annemarie Heinrich, del Instituto de Investigaciones en Arte y Cultura Dr. Norberto Griffa de la UNTREF, que ha sido incluido en el programa de apoyo a las investigaciones de Archivos de la British Library de Londres. La labor de archivo y la edición de las fotografías para la exposición cuentan con el invalorable acompañamiento de los fotógrafos Alicia y Ricardo Sanguinetti.
Diana B. Wechsler