• Sobre la muestra

    “Reses mezcladas con hombres, como si previera cierto espectáculo que ocurrió en algunos períodos de la vida argentina. Por un lado está la frecuentación de la sangre que Echeverría describe en El matadero, y por otro, una forma de ejercer la violencia sobre las personas, que como un estigma nacional, va consagrando maneras de imponer las cosas. Los militares del Proceso decían que éste era un país enfermo y hablaban de hacer una cirugía profunda: estos ‘enfermeros’ empiezan a aparecer en mi obra con el tema de la carne”. Así explica Carlos Alonso la metáfora de las reses y los cuerpos, recurrente en su obra.
    Hay que comer reúne casi tres lustros de labor a través de sesenta obras que incluyen dibujos, tintas, grabados y pinturas en donde la simbiosis vaca-hombre es eje temático de la muestra. Se inicia con tres collages de 1965, contemporáneos de las ilustraciones que hizo para El matadero, de Esteban Echeverría. La serie de tintas y grabados es una selección de los expuestos en la muestra Mal de amores y otros males, realizada en el Centro Cultural Recoleta, en 2001. Finalmente, el notable grupo de óleos se exhibe por primera vez integrado a todo el conjunto, trazando así una parábola de extraordinaria riqueza en lo temático y en lo formal.
    Nacido en Tunuyán, Mendoza, en 1929, Carlos Alonso irrumpió en el panorama artístico de los años sesenta con un vigor inusitado, tanto por lo novedoso de su lenguaje como por su marcado compromiso político, presente en su obra y también en su actividad pública como artista. Su producción participa de las vertientes neofigurativas que desestructuraron el concepto de representación por el de la gestualidad del informalismo, la simultaneidad de la imagen, el uso de la narrativa fílmica, del cómic, del pop, la ruptura del plano, el color liberado de la cárcel del dibujo. Todos estos elementos, que se conocerán como Nuevo Realismo, se integran armónicamente en su producción, en la que lo sígnico reemplaza a lo descriptivo otorgando a la obra una función esencialmente simbólica. Desde esta perspectiva, Hay que comer emerge como un inmenso fresco social, el retrato de una época trágica.

    ALBERTO GIUDICI
    Curador