Definamos nuestro mundo. Definamos las palabras de nuestro mundo
7.727 definiciones desde 2014

Mayoras

Carolina Chaves O’Flynn
cchaves@qcc.cuny.edu

Queensborough Community College
The City University of New York (CUNY)
Miembro del Grupo de glotopolítica de CUNY

 

El uso del término mayoras en el contexto de las elecciones presidenciales de Colombia, en marzo de 2022, generó una enorme controversia en redes sociales y medios de comunicación colombianos por cuenta de la plasticidad gramatical del vocablo que le otorgara la hoy vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez Mina. La polémica se desató luego de que Márquez fuera declarada fórmula vicepresidencial del entonces candidato Gustavo Petro por la coalición interpartidista del Pacto Histórico. En una entrevista con un noticiero local, la candidata explicó el lema de su campaña “Soy porque somos”, comentando: "Es una apuesta de vida que dice que yo soy si usted es, que nosotros somos si la naturaleza es, esa filosofía heredada de nuestros mayores y mayoras que fueron esclavizados, pero que siempre le apostaron a la construcción colectiva". La polémica no ahondó tanto en el contenido de las declaraciones como en su corrección lingüística, dado el uso del lenguaje inclusivo por parte de la candidata. Según sus críticos, el término "mayoras", sustantivo feminizado para incluir explícitamente el género femenino, figura un grave “error gramatical”. Los ataques frente al uso de mayoras arguyeron “ignorancia en el idioma español”, “golpes a la lengua”, “mal uso del idioma”, “irrespeto al idioma”, “maltrato del español” y “analfabetismo lingüístico”. En defensa de Márquez, acudieron varios usuarios que, tras consultar el dictamen de la Real Academia Española (RAE), señalaron que la palabra mayora “sí existe” pues es admitida por dicha institución y en consecuencia la candidata no habría incurrido en ningún “error”:

 

Mayora 1. f. desus. Mujer del mayor. (DLE, http://dle.rae.es)

 

Puesto así, tanto los defensores del lema mayoras como sus contradictores asumen como indiscutible una misma premisa reguladora que propende por la homogenización y centralización de un código lingüístico. En ambos casos se busca conferir legitimidad al término a partir de la convicción incontestada de que la única variedad lingüística lícita es aquella impartida como la norma estándar. Por lo demás, la presunción de que la realidad sensorial y mental de un vocablo depende unívocamente del consentimiento de la RAE, plantea ya un escenario extralingüístico, casi esotérico, para los usos lingüísticos de los hablantes. Esto, puesto que aquello que se dice, a pesar de su comprobable manifestación oral y escrita, constituye un espejismo mental, en tanto no admitido por una minoría selecta de iniciados que custodian la impermeabilidad de la lengua.

 

Esta solícita actitud hacia la RAE en el contexto colombiano se remonta, a lo menos, hacia finales del siglo XIX con la confección de imaginarios nacionales anclados en la religión católica y la lengua española. A finales del siglo XIX e impulsando un proyecto panhispanista frente a la amenaza imperial de los Estados Unidos, la RAE buscó apoyo entre las élites intelectuales criollos abanderando la defensa de la lengua compartida e impulsando desde entonces la eventual conformación de la Asociación de Academias de la Lengua Española. El más férreo apoyo a su proyecto lo encontró en Colombia con la fundación de la primera de las academias americanas, fundada en Bogotá en 1871 por una élite letrada encabezada por el católico ultraconservador Miguel Antonio Caro. Con la fundación de la Academia Colombiana de la Lengua se hizo más enérgico el proyecto conservador de sanear racial, moral y lingüísticamente a Colombia. Varios de sus miembros (Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín, Marco Fidel Suárez y Miguel Abadía Méndez) alcanzaron la presidencia de Colombia y gobernaron oprimiendo toda forma de oposición política y repudiando la pluralidad lingüística de la nueva nación. Adicionalmente, impusieron normas de conducta que se reprodujeron tanto en manuales del bien hablar y las buenas costumbres como en la Constitución Política de 1886, promulgada -por más rasgos- durante el proceso de la Regeneración (1886- 1900) impulsado por Caro y Núñez.

 

Así las cosas, la hegemonía de los letrados fue también moldeando un imaginario nacional que irradiaba sobre la conducción de los cuerpos como reflejo del orden social. La eugenesia y el determinismo geográfico reforzaron a su vez ulteriores argumentos “cientificistas” en favor de blanqueamiento de la población, que establecieron categorías jerárquicas de los cuerpos y las lenguas, encuadrados en la dicotomía del “atraso” latinoamericano y el “progreso” europeo (Ver: Z. Pedraza ''El debate eugenésico: Una visión de la modernidad en Colombia'', Revista de Antropología y Arqueología, 9, 1996; B. Stephan González, “El ‘mal decir’ del subalterno: maestros y médicos diagnostican ciudadanías des-compuestas”, Anales de la literatura española contemporánea, 1998). De esta auto asumida superioridad de unas formas de hablar, lucir y comportarse sobre otras deviene también el mito decimonónico de Bogotá como la Atenas suramericana. Fueron la lengua, la raza y las maneras de la élite bogotana las que valieron de criterio de distinción para la inferiorización de los cuerpos y las formas de ser y de hablar del resto de la población. Una continuación en versión contemporánea de esa misma jerarquización racializada de los hablantes circula hoy en la idea de que en Colombia se habla “el mejor español del mundo”. Una percepción sin cimiento teórico que persigue un ideal de homogeneidad lingüística, desdeña al resto de las variantes latinoamericanas, desdibuja la variación diatópica de las regiones, disipa la diversidad lingüística de las comunidades étnicas de Colombia y asume como superior la variante del castellano hablada en España.

 

Las creencias naturalizadas sobre la lengua que tienden a privilegiar algunas formas específicas de habla y a desacreditar o negar la existencia de otras se conocen como ideologías lingüísticas. Estas ideologías suelen tener un carácter subalternante pues, en general, las formas privilegiadas se corresponden con las utilizadas por quienes ostentan el poder y las desacreditadas o anuladas con las de quienes ocupan los peldaños más bajos de la sociedad. Por lo demás, los usos lingüísticos desprestigiados suelen también asociarse, tal como se ve en las reacciones hacia el uso de mayoras, con vacíos epistémicos, irracionalidades, corrupciones y antivalores. Dicho de otra forma, la jerarquización artificial de los usos lingüísticos crea un imaginario de lo culto y de lo inculto, que se traslada a aspectos éticos, cívicos y morales de los individuos de una sociedad. Cuando esas ideologías tienden a perfilar a los sujetos hablantes racializados como los lingüísticamente desviados, hablamos de ideologías raciolingüísticas (Ver: N. Flores y J Rosa, “Undoing Appropriateness: Raciolinguistic Ideologies and Language Diversity in Education”, Harvard Educational Review, 85, 2015).

 

Frente a las críticas por el uso de mayoras, Márquez respondió con un trino que introdujo en la disputa el vínculo ineludible entre lengua y poder: “Para su información, mayoras significa mujeres sabias, que tienen la autoridad ética y moral para guiar el rumbo de nuestros pueblos. Siento mucho que para ustedes el único lenguaje correcto sea el heredado de la colonia”. Con esta nueva declaración, Márquez centró la legitimidad del vocablo en el uso de los hablantes y desmintió el paradigma de corrección entrañado por la RAE. Por lo demás, reveló la relación ideológica entre la imputación del “mal uso” y el perfil socio cultural y racial de los hablantes. Concretamente, develó que tras las ansias de corrección idiomática concurren posicionamientos ideológicos que naturalizan la exclusión de ciertas maneras de hablar que no se corresponden con los usos de la élite y que han derivado en una marcación lingüística racializada sobre la inadecuación de los afrodescendientes para el liderazgo político colombiano.

 

La irrupción de Márquez en la vicepresidencia de Colombia entraña, en muchos sentidos, la inversión de la lógica excluyente que supuso la política tradicional colombiana. Márquez además de ser la primera mujer negra que ocupa la vicepresidencia de Colombia, personifica también las disparidades sociales más perversas de la sociedad colombiana. Fue madre soltera a los 16 años, trabajó como empleada doméstica para pagar sus estudios y luchó contra la epidemia de minería ilegal de oro en el país y las amenazas de desplazamiento de su pueblo a manos de los actores armados del conflicto. Por lo demás, Márquez resquebraja la lógica del dominio de la norma estándar como aspecto determinante e irrefutable para la representatividad política.

 

Además del término mayoras, varios fueron los usos lingüísticos que, durante el transcurso de la campaña presidencial y como parte el repertorio lingüístico de Márquez, fueron constantemente enmarcados como incorrectos, incultos e inapropiados en boca de una candidata vicepresidencial. Frente a la estigmatización de su repertorio lingüístico como un intento por invalidar su capacidad para gobernar, Márquez zanjó el debate situando la raíz de la discriminación lingüística en el lugar donde anida realmente el problema, a saber, en el sujeto oyente que -dicho en términos raciolingüísticos-, interpreta las prácticas lingüísticas de las minorías étnicas como desviadas y propias de hablantes subordinados y que, por lo mismo, se niega a escuchar, facultar y atender su agencia política:

 

"A las personas que no les gusta que yo diga todes, que diga mayoras, mayores, que hable del ancestro, pues lo siento porque me van a tener que escuchar" (Francia Márquez en entrevista con SEMANA).

VOLVER DESCARGAR EN PDF