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La grieta. Apuntes y reflexiones en torno de una fórmula discursiva contemporánea

 

Luciano Campetella

lcampetella@yahoo.com.ar 

Universidad Nacional del Sur – Instituto Superior nº 3 “Dr. Julio César Avanza”

(Bahía Blanca)

 

Si hay una expresión que ocupa un lugar central en el debate político actual en la Argentina  es “grieta”. “En la Argentina hay una grieta”, “¿Qué puede hacerse para cerrar la famosa grieta?” son enunciados que escuchamos cotidianamente cuando prendemos el televisor, cuando leemos el editorial de un diario de amplia circulación, cuando compartimos un posteo en una red social. Parece que todxs sabemos a qué alude la “grieta”; incluso la misma metáfora de la división enseguida nos hace verla como algo malo, un problema que hay que solucionar para lograr algo así como “la unidad de los argentinos”. La “grieta” está a la orden del día, en boca de lxs políticxs de todas las extracciones partidarias, invocada (y denostada) por periodistas de diversas orientaciones ideológicas; en suma, es una expresión que tiene una intensa y amplia circulación en la esfera pública, probablemente más que cualquier otra.  

 

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La lingüista francesa Alice Krieg-Planque desarrolla un concepto que nos puede ayudar a entender el funcionamiento social de esta expresión: el concepto de fórmula discursiva. En su libro La noción de fórmula en análisis del discurso (trad. port: San Pablo, Parábola, 2010), Krieg-Planque define la fórmula como “un conjunto de formulaciones que, por el hecho de ser empleadas en un momento y en un espacio público dados, cristalizan cuestiones políticas y sociales que esas expresiones contribuyen, al mismo tiempo, a construir”. A partir de esta definición, y para problematizar la idea más o menos aceptada de que todos sabemos lo que significa la “grieta”, parece razonable que nos preguntemos cuáles son las “cuestiones” que esta expresión cristaliza, y que al mismo tiempo contribuye a construir. A su vez, el intento de responder a esta pregunta implica, como un elemento central, el reconocimiento de un cierto período en el que esta estructura lingüística comienza a circular intensamente en el espacio público, al punto de que se vuelve una expresión de uso compartido, que significa algo para todxs; más importante aún: un pasaje obligatorio, un “peaje lingüístico” que tenemos que pagar (y lo hacemos casi sin darnos cuenta) para (intentar) producir un enunciado políticamente relevante. De estas involuntariedades u “olvidos” habla Michel Pêcheux en un libro fundante de 1975, Les vérités de La Palice (traducido al español como Las verdades evidentes). La grieta es algo de lo que hablamos, o mejor, algo que pasa desapercibido cuando hacemos uso de la palabra, como si siempre hubiera estado ahí, clavado en lo que decimos como una estaca, “antes” siquiera de cualquier formulación. 

Pero precisamente porque tiene algún significado para todxs, y sobre todo porque en el espacio público se dirime la lucha política, la fórmula se vuelve también objeto de polémica: no estamos condenados a caer una y otra vez en una trampa que ni siquiera somos capaces de ver; podemos disputar el sentido de la grieta, proponer otras asociaciones o recorridos semánticos, y sobre todo analizar en qué medida el término construye una mirada sobre los problemas colectivos, orientando de esa manera las acciones a seguir.

En síntesis: analizar “la grieta” como una fórmula discursiva implica intervenir en los modos de regular la producción del sentido y, en consecuencia, en la definición de las prácticas tendientes ya no a “unir a los argentinos” sino a formular un proyecto colectivo. El análisis que presentamos a continuación tiene un carácter meramente exploratorio; se trata, más bien, de presentar una mirada desde un lugar particular: el campo de las ciencias del lenguaje. 

 

La expresión “la grieta” como fórmula discursiva es producto de una intervención deliberada: el discurso que pronunció el periodista Jorge Lanata, por ese entonces conductor del programa televisivo “Periodismo Para Todos”, en la entrega de los premios Martín Fierro en agosto del año 2013, es decir, poco antes de las elecciones en las que el kirchnerismo obtendría una derrota a manos de otra fracción del peronismo, el massismo. Lanata define a la grieta como una división irreconciliable entre lxs argentinxs, que ancla históricamente en la década de 1950 (es decir, durante la segunda presidencia de Perón y la autodenominada Revolución Libertadora que lo derrocó) y que parecía haber sido saldada en la década de 1990 (con el unanimismo menemista, sellado por el encuentro de Menem con el exdictador Isaac Rojas y la famosa “estabilidad” económica). Lo que se recuperó de “la grieta” tal como Lanata la definió fue la dimensión política “(el odio”, “el debate como rasgo constitutivo de la democracia”, enunciados que provenían y provienen centralmente de enunciadores del kirchnerismo) y la dimensión socio-cultural (“a mí la grieta que me preocupa es la grieta social”, dice Beatriz Sarlo, asociando “la grieta” únicamente con una controversia cultural). Lo menos frecuente, y hasta casi inexistente hasta hace poco en la esfera pública, fue pensar la dimensión económica de la grieta, o mejor: la dimensión político-económica de la grieta. 

En marzo de 2019, la socióloga y analista del discurso Sol Montero publicó una nota de opinión titulada Una crisis. Tres relatos. ¿Alguna salida? (http://nuso.org/articulo/argentina-crisis-macri-cristina-lavagna/). En ella, Montero localiza el nudo del problema no en qué entendemos por “grieta” sino en qué entienden las fuerzas políticas por “crisis”. Para el macrismo, fuerza política gobernante por aquel entonces, la crisis era fundamentalmente macroeconómica; ni siquiera: fiscal. Que los números cierren tanto para el FMI como para un gobierno que quiere evitar que “todo explote” antes de agosto, a fin de tener chances de ser reelegido. Para el kirchnerismo, en cambio (y en asombrosa sintonía con Sarlo), la grieta es social: la gente que perdió su trabajo, que no puede pagar los servicios, que no da más, etc. Ambas representaciones se inscriben dentro del nivel socioeconómico de la Sociedad, es decir, cuanto mucho encarnan sectores sociales, en el oficialismo o la oposición, que se benefician, o bien con una postura favorable a la grieta pero no lo dicen (“Yo no creo en la grieta”, le dijo Macri a un periodista, y parece no haber habido otra intervención relevante), o bien con una postura que procura objetivarla, reconociendo que parte del poder persuasivo del adversario radica en su invocación: “Para mí la grieta es entre dos modelos de país, que se dirime democráticamente” (Axel Kicillof, en ese entonces diputado nacional, 14 de octubre de 2016). La ausencia de la voz de Cristina Kirchner al respecto es relevante; quizá la actual vicepresidenta haya notado que su intervención en favor de una sustitución de “grieta” por “brecha” en un acto en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) en septiembre de 2016 (https://www.youtube.com/watch?v=H4dLNi6KfuA) no haya sido propia del discurso de el/la líder, que tiene un carácter intransferible fundamental en cuanto a la enunciación del mito populista, de acuerdo con el planteo de la politóloga María Esperanza Casullo en su libro ¿Por qué funciona el populismo? (Buenos Aires, Siglo XXI, 2019). 

Para una hipotética tercera fuerza, que por entonces parecía aglutinarse alrededor de la candidatura del ex ministro de Economía del kirchnerismo Roberto Lavagna, la crisis era política: alude al funcionamiento del Sistema Político. De ahí que la grieta se definiera como un “estilo de gobierno”, que incluye, por supuesto, una dimensión económica (o mejor, político-económica) y una dimensión cultural concomitante (definida por el analista Martín Rodríguez y el politólogo Pablo Touzon en La grieta desnuda, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2019, como “estanflación espiritual”). De acuerdo con esta perspectiva, la crisis política abierta con el conflicto de las patronales agropecuarias con el gobierno de Cristina Kirchner en 2008 habría iniciado un período en el que las fuerzas en pugna sacaron rédito de su enfrentamiento mutuo. Pero mientras la “grieta”, al principio, inspiró políticas que implicaron un progreso social (como la Asignación Universal por Hijo), en una segunda etapa se habría convertido en un obstáculo insalvable.


 

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En diciembre de 2019, el peronismo unificado le ganó las elecciones presidenciales al macrismo. A pesar del carácter dialoguista que suele atribuírsele al presidente Alberto Fernández (materializado, por ejemplo, en el slogan gubernamental “Argentina Unida”) y del acontecimiento anómalo que implicó la pandemia del COVID-19, la polarización política ha continuado su derrotero y la fórmula discursiva “la grieta” sigue atravesando la esfera pública con una enunciación insistente. En un nuevo año electoral, seguramente asistamos a una circulación intensa y plural. El análisis del término como fórmula discursiva permite reconocer el carácter central e inevitable que ocupa en el debate político, como así también en el análisis sociológico. En “El extraño espejo del análisis del discurso” (1981), Michel Pêcheux planteaba la paradoja de un discurso político que necesita de una prótesis metodológica para hacerse entender. Quizá el análisis del discurso pueda sernos útil para superar los escollos que nos impiden formular un proyecto colectivo.

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